- La especialista se encuentra realizando su tesis de doctorado con la comunidad de Mulluri, buscando conocer cómo sus habitantes perciben y usan sus espacios naturales
Para Magdalena García, arqueóloga de la Universidad de Chile y magíster en Antropología de las universidades de Tarapacá y Católica del Norte, el trabajo con la comunidad se considera de suma relevancia en el desarrollo de su labor, pues permite la articulación entre el quehacer académico y la sociedad.
Con esta convicción, ha decidido desarrollar una manera distinta de hacer arqueología, trabajando directamente con las comunidades y rescatando su memoria en relación con su propia historia y modos de vida. “La memoria es un saber complementario a la arqueología, ya que por medio de los testimonios orales podemos enriquecer la lectura que hacemos de la cultura material”, explicó la especialista del Centro de Investigaciones del Hombre en el Desierto y una de las fundadoras del Colegio de Arqueólogos.
Actualmente, se encuentra desarrollando su tesis de doctorado en la comunidad de Mulluri, ubicada en la comuna de Camarones, Región de Arica y Parinacota.
¿Cómo nace esta motivación por acercarse a las comunidades?
Se gestó cuando era estudiante de arqueología. En ese tiempo, trabajé como ayudante en excavaciones que se realizaron en territorio aymara y en ese contexto me inquietó especialmente conocer la visión que tenían las comunidades sobre nosotros, de nuestro trabajo y de los sitios arqueológicos que estábamos estudiando. Entre otras cosas, esas experiencias me permitieron constatar que existía otro relato de los sitios arqueológicos, diferente al “científico”, fundado en la memoria colectiva, que tenía otros énfasis y valoraciones, y que no necesariamente estaba siendo incluido en los textos que producíamos.
¿Y cómo llegaste a la comunidad de Mulluri?
Estaba realizando un Fondart en los valles de Codpa y Esquiña centrado en la movilidad tradicional, un estudio que luego se convirtió en mi tesis de magister. Trabajé con las memorias de adultos y ancianos, caminantes en su juventud, e hicimos relevamientos arqueológicos de algunas rutas que comunicaban estos valles entre sí y con los espacios vecinos, y ahí entra Mulluri. Mulluri es el nombre de una comunidad aymara de pastores y de su pueblo principal, el cual representa el centro de un territorio comunitario multiecológico de casi 50 mil hectáreas, que comprende espacios en la alta y baja puna de las nacientes de la quebrada de Camarones.
¿Qué labores desarrollas con esa comunidad?
A mediados de 2015 presenté a la comunidad mi proyecto de investigación doctoral que tiene por objetivo general aportar al tema de la espacialidad indígena en el norte de Chile. Allí les manifesté mi interés por trabajar con las memorias territoriales de Mulluri a través de la recopilación de testimonios orales, particularmente de comuneros criados en el pastal, y prospecciones arqueológicas. El proyecto fue aprobado por la asamblea y a partir de ese momento comenzamos a realizar talleres, entrevistas y reconocimientos en terreno de algunos sitios de pastoreo con representantes de la comunidad. Con el cúmulo de registros obtenidos, la directiva me propuso financiar la elaboración de un libro para y de la comunidad indígena, el cual se encuentra en proceso de elaboración en este momento.
¿Qué percepciones te parecieron más interesantes?
Los mullureños, al igual que todos los pastores andinos, construyeron un modo de vida estrechamente vinculado a la naturaleza y los ciclos climáticos. Quienes se criaron en el pastal de Mulluri poseen un conocimiento muy acabado de la geografía, los fenómenos climáticos, las plantas y los animales que allí habitan, conocimiento que algunos autores han denominado “etnociencia”, y que se encuentra enmarcado en las pautas culturales de una comunidad aymara tradicional. Por ejemplo, ésta se expresa en la capacidad que tienen los comuneros de “leer” señales de distinta índole en el paisaje, lo cual les permitía prepararse y enfrentar de mejor manera el ciclo productivo en curso. Además, destaco el manejo prolijo y calendárico que existía de los distintos enclaves ecológicos y recursos naturales del pastal, especialmente aguas y pastos silvestres, fundamentales para el pastoreo tradicional. En relación con ello, los comuneros reconocen al interior de su territorio dos regiones geográficas principales a las cuales refieren como “cordillera” y “costa”, ubicadas sobre y bajo los 4.000 metros sobre el nivel del mar, respectivamente. Ambos espacios son poseedores de narrativas conceptuales y prácticas propias, sobre las cuales se estructuraban los circuitos de movilidad.
Me he centrado particularmente en la “costa”, porque considero que es un espacio geográfico poco comprendido o injustamente postergado en los estudios culturales, a pesar de su relevancia en el pastoreo tradicional de la región hasta la segunda mitad del siglo XX. Además, me pareció estimulante trabajar conceptualmente la categoría “costa” en tanto una expresión concreta de la subjetividad del espacio, considerando que ésta alude al mismo espacio físico que la geografía occidental señala como “desierto marginal de altura” y que la botánica asocia a los pisos vegetacionales “desértico” y “tolar”.
Interesante que llamen “costa” al desierto marginal de altura
Si, especialmente porque más allá de la palabra hay todo un contenido que promueve una visión diferente de este espacio, incluso contradictoria, con respecto a la visión occidental. En este sentido, “costa” alude a una forma de pensar el espacio “desde arriba hacia abajo”, o sea con una orientación cardinal diferente. Concordante con ello, en términos climáticos y ecológicos la “costa” es percibida como “templada”, en relación con la “cordillera” donde ocurren las tormentas de nieve. Además, es una categoría que está estrechamente vinculada a las labores pastoriles que allí se realizaban entre marzo y septiembre, estación que llaman “tiempo de pasto” y que se asocia a los pastos de lluvia que crecen allí, siendo reconocido como la mejor época del año, tanto para el ganado como para la comunidad. En definitiva, el imaginario asociado al término “costa” es muy diferente a la noción de “desierto marginal de altura” que promueve un espacio vacío, hostil y deshumanizado.
¿Qué más destacas de tu trabajo con esta comunidad?
Ha sido estimulante la posibilidad de conjugar distintos intereses y abrir un espacio de diálogo entre ambas partes. En este contexto, el aporte que puede hacer Mulluri a los estudios andinos es tan relevante como el aporte que podemos hacer nosotros en el proceso reivindicatorio de los territorios indígenas actualmente.
En relación con los temas reivindicativos, entiendo que tuvieron un litigio por temas hídricos
En Chile, el Código de Aguas no reconoce el derecho consuetudinario de los pueblos indígenas sobre las aguas que se encuentran al interior de sus territorios. Entonces, la victoria obtenida recientemente en la Corte Suprema de Santiago se relaciona justamente con el reconocimiento de ese derecho en relación con dos vertientes que estaban en litigio con los agricultores de la precordillera y la empresa Ariztía, que tiene sus instalaciones en el curso bajo del río Camarones. En este sentido, la legislación actual obliga que cada una de las fuentes de aguas del territorio de Mulluri deban ser inscritas individualmente, por lo que se trata de un proceso largo y complejo que aún no ha finalizado.
¿En la zona sólo existen conflictos por el agua?
También está la minería del cobre y la geotermia que, actualmente, se adjudican licitaciones del gobierno para realizar prospecciones al interior del territorio de la comunidad. En este contexto, para Mulluri es problemático no solo el impacto ambiental que producen estos proyectos sino también la vulneración evidente que existe hacia ellos como propietarios ante la nula incidencia que tienen en la cadena de decisiones que se toman en el marco de estas licitaciones. Ante esta situación, la directiva ha venido haciendo un trabajo muy importante de promover el fortalecimiento de la comunidad, destacando, especialmente, la regularización de los títulos de dominio y su reinscripción como propiedad comunitaria el año 2008.
¿Cómo estaban inscritos antes esos territorios?
Previo al 2008 este espacio estaba inscrito a partir de tres títulos de dominio individuales a nombre de la familia Choque, a quienes se les reconoce como el “tronco” de la comunidad. Si bien en la práctica estas tierras siempre fueron manejadas comunitariamente, la inscripción individual obedece al desconocimiento jurídico que existía por parte del Estado chileno hacia la propiedad comunitaria luego de la Guerra del Pacífico. En este sentido, la familia Choque fue visionaria y leal a la comunidad y sus antepasados al posibilitar la reinscripción comunitaria de estas tierras, lo cual ha ocurrido escasamente en la región.
Al contar con estos logros, ¿crees que es necesario desde el mundo de la arqueología y la antropología seguir relevando la memoria de las comunidades?
La memoria es un saber en sí mismo que puede ser relevado para fines diversos. Desde el punto de vista de la investigación, distintos especialistas ya han recalcado la importancia de la memoria como fuente de conocimiento para la arqueología, ya que por medio de los testimonios orales podemos enriquecer la lectura que hacemos de la cultura material, independiente de su época. En una dimensión más política y también pedagógica, las memorias indígenas del territorio posibilitan descentrar los parámetros occidentales relacionados con la tierra, contribuyendo con otras miradas sobre aspectos relevantes actualmente, tales como la preservación del medio ambiente y el manejo sustentable de los recursos naturales. Asimismo, la memoria y la arqueología son también herramientas claves para la reivindicación de los territorios indígenas, donde los testimonios y los restos arqueológicos tienen el potencial de convertirse en evidencias probatorias de la larga ocupación indígena de estos espacios en disputa.
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